Poner límites es una tarea que genera mucha resistencia, tanto en nosotros como en nuestro entorno, pero es súper importante para poder ser nosotras mismas. Poner límites no es ser egoísta, sino respetar y defender tus espacios y tus tiempos.
Es aprender a decir “no” y que los demás se hagan cargo de sus propias expectativas. Es dejar de vivir como tu entorno o la sociedad esperan que vivas y darte espacio para manifestar tu propia realidad, con tus propias reglas.
El tema de los límites es realmente muy delicado, porque nos obliga a enfrentar al otro, que a veces consciente o inconscientemente explota nuestro sentimiento de culpa. Si decimos “no”, tal vez seamos “los malos” y nadie quiere ser el malo de la película, ¿no? La validación del otro a veces nos empuja a hacer cosas que no queremos, a aceptar cosas y situaciones que no deberíamos, solo porque es más fácil decir “sí” que enfrentar el rechazo. Y aquí nos encontramos frente a una dependencia emocional que puede llegar a ser casi como una droga, al necesitar que el otro “me quiera” a cualquier costo, aunque esto implique perderme a mí misma.
¡Tú no eres responsable de la felicidad de los demás! Lo mejor que puedes hacer es encontrar tu propio centro, tu propia felicidad, y mostrarle al otro que es posible.
Pero poner límites no solo se refiere a los demás, sino también a ponernos límites a nosotros mismos. Desde límites con la comida, cuando sabemos que algo no nos hace bien, a límites con los gastos que puedan generarte angustias económicas. El autocontrol, cuando es sano, es una herramienta invaluable. Cuando le pongo límites a otro, también me los pongo a mí misma en cuanto a lo que puedo hacer. Implica aceptar que no soy todopoderosa, y que, a veces, para poder satisfacer mis necesidades necesito no satisfacer las de los demás. Las necesidades de uno y otro no siempre son compatibles, y poner en primer lugar al otro siempre, incluso si se trata de la pareja o los hijos, en detrimento de nuestra propia salud física o mental, a la larga termina afectando negativamente a todas las partes involucradas.
Esto no significa que haya que decir que no todo el tiempo, pero sí saber cuándo hacerlo. Cuando hagas algo por otros desde el corazón y te sientas bien haciéndolo, adelante. Pero analiza bien en qué medida es así, y en qué medida hay una obligación subyacente. Si tienes que hacerlo porque es lo que se espera que hagas como madre/hermana/hija/esposa/amiga… pero no te hace sentir bien, no lo hagas. Porque la sociedad nos ha llenado de obligaciones y muchas de ellas no hacen sino ir borrando poco a poco nuestra identidad e individualidad. Tan lentamente que ni siquiera nos damos cuenta de ello… hasta que empiezas a despertar.
Si aprendes a poner límites de manera correcta, lograrás establecer relaciones más saludables, con bases sólidas y reales, donde todas las partes se sientan respetadas y apreciadas por quienes son.